Historia de los Judíos
La historia del pueblo judío ha sido tradicionalmente conocida a través del relato bíblico. Sin embargo, la Biblia no es un libro de historia, sino de fe. A pesar de esto, es cierto que el mensaje religioso se transmitió dentro de un contexto geográfico e histórico correcto, que debemos saber leer adecuadamente. Por ello, los historiadores y arqueólogos han intentado desde hace mucho tiempo reconstruir la historia del pueblo judío, matizando y enriqueciendo el relato bíblico.
Podemos establecer el origen del pueblo hebreo (aún no judío) en el salto del tercer al segundo milenio antes de Cristo, como parte de los pueblos semitas que se desplazaron desde el interior del desierto arábigo hacia los valles del Tigris y el Éufrates en el Oriente y hacia los valles del Orontes y el Jordán en Occidente. Entre esos semitas de finales del tercer milenio se encontraban los amorreos, a quienes los faraones de Egipto intentaron controlar con desigual suerte.
La historia del patriarca Abraham podría encajar en este movimiento semita, proveniente de Ur en Mesopotamia. Abraham viajó con su tribu hasta Canaán, en un estilo de vida seminómada propio de los pastores semitas. Sin embargo, muchos de los topónimos asociados a Abraham no existían en ese periodo, lo que sugiere que el relato sobre este patriarca podría ser una construcción posterior.
En el siglo XVII a.C., aprovechando una crisis en el Imperio Medio Egipcio, grupos de seminómadas provenientes de Canaán invadieron el Valle del Nilo. Los más conocidos fueron los hicsos, que terminaron convirtiéndose en faraones. Junto con los hicsos, otros grupos como los apiru (documentados en Amarna en el siglo XIV a.C.) también pudieron llegar a Egipto. Los apiru combinaban el pastoreo con la rapiña y algunos de ellos nunca llegaron al Nilo, permaneciendo en Canaán como mercenarios. Estos apiru podrían relacionarse con la historia de Jacob y sus hijos llegando al Valle del Nilo, aunque el relato de José parece corresponder a fábulas literarias de la época, posteriormente adoptadas por los israelitas.
Estos apiru podrían haber practicado una religión enoteísta, creyendo en un solo dios propio pero reconociendo la existencia de otros dioses para otros pueblos. En tiempos de Ramsés II en la primera mitad del siglo XI a.C., estos apiru fueron esclavizados para trabajar en las grandes obras públicas. Este es el contexto en el que podría haberse producido el Éxodo hacia Canaán, liderado por Moisés, un personaje que se mueve entre la historia y el mito. Al llegar a Canaán, los apiru se mezclaron con los israelitas que ya habitaban allí, mencionados en las fuentes históricas del faraón Merneptah.
Los hebreos, uniendo a los apiru e israelitas, comenzaron a combatir contra las ciudades cananeas tanto en el margen oriental del Jordán como en las montañas de Judea y Samaria, hasta la alta Galilea. No atacaron la costa mediterránea, ocupada por los pueblos del mar, antecesores de los filisteos. Fue durante este Éxodo que la Biblia narra la alianza entre Dios y Moisés, plasmada en los Diez Mandamientos y el Arca de la Alianza. Los Diez Mandamientos representaron una transición del enoteísmo al monoteísmo.
Las leyes mosaicas se convirtieron en la base de diversas religiosidades hebreas, siendo la más conocida la judía. Sin embargo, otras religiosidades, como la de los samaritanos, también persistieron. Los hebreos tardaron casi dos siglos, desde finales del siglo XI a.C. hasta finales del siglo X a.C., en controlar Canaán, enfrentándose principalmente a los filisteos en el período de los jueces bíblicos. Durante este tiempo, las tribus hebreas se unificaron militarmente y legalmente.
Alrededor del año 1000 a.C., David logró unificar las tribus hebreas bajo su mando, estableciendo su capital en Jerusalén. Su hijo Salomón construyó el Templo de Jerusalén, destinado a albergar permanentemente el Arca de la Alianza. Este templo se situó en el lugar donde hoy se encuentra la mezquita Al-Aqsa en la Explanada de las Mezquitas de la Ciudad Vieja de Jerusalén. No fue debajo de la Cúpula de la Roca, ya que la presencia de la roca indica que esa parte no estaba urbanizada para el siglo VI d.C. Además, los restos del Segundo Templo, reconstruido tras el cautiverio en Babilonia, fueron hallados debajo de Al-Aqsa.
A la muerte de Salomón, su reino se dividió en dos: Judá, gobernado por su hijo Roboam desde Jerusalén, e Israel, liderado por Jeroboam desde Samaria. El Reino de Judá mantuvo el nombre de judíos para sus habitantes, mientras que el Reino de Israel conservó el nombre de israelitas. Ambos reinos reconocían a Jerusalén como centro religioso debido al templo y al Arca.
En el siglo X a.C., el Imperio Asirio se expandió por el creciente fértil, conquistando Israel en el 722 a.C. y dispersando a sus habitantes. Judá quedó como un reino vasallo. Los pocos que permanecieron y siguieron las leyes de Moisés serían los antepasados de los samaritanos. En 612 a.C., el Imperio Asirio cayó ante los medos y babilonios, quienes formaron su propio imperio. En 587 a.C., el rey babilonio Nabucodonosor conquistó Judá, exiliando a sus élites a Babilonia. Sin embargo, estos judíos mantuvieron sus costumbres y reforzaron tradiciones mesopotámicas en sus relatos.
En 539 a.C., Ciro, rey de los persas, conquistó Babilonia y permitió a los judíos regresar a su tierra, donde reconstruyeron el templo y consolidaron el judaísmo como forma de religiosidad dominante. En 334 a.C., Alejandro Magno inició su conquista del imperio persa, integrando a los judíos en su imperio. Tras la muerte de Alejandro, su imperio se dividió, correspondiendo Palestina a los tolomeos de Egipto y luego a los seleucidas de Siria. La tensión entre helenización y ortodoxia judía aumentó durante estos conflictos.
En el siglo II a.C., los Macabeos lideraron una revuelta contra los seleucidas, logrando la independencia para los judíos. Este período de independencia duró hasta la intervención del general romano Pompeyo, quien anexó la región al Imperio Romano. En el año 40 a.C., Herodes el Grande fue nombrado rey de los judíos por el Senado de Roma. Herodes implementó numerosas obras helenísticas y romanas, como Masada y Cesarea, y gobernó con una relativa autonomía hasta su muerte. Durante su reinado y en las décadas posteriores, surgieron diversas sectas judías, desde la ortodoxia hasta la heterodoxia. Fue en este contexto que nació Jesús de Nazaret.